Este mes de julio ha sido sin duda el mes de más trabajo de toda mi experiencia en el voluntariado. Empezamos la temporada de campamentos de verano y con ella he trabajado dos semanas acampando a las afueras de Brno, en Bukovina, y otras dos semanas en dos campamentos urbanos en la propia ciudad. En todos ellos he trabajado con niños echando una mano en todo lo posible, organizando juegos y apoyando a los monitores.
Los tres han sido geniales, pero aquel en el que mejor me lo he pasado y más he aprendido ha sido el campamento de madera en Legato. Teníamos un grupo reducido de 12 niños entre 8 y 12 años que hacían genialidades en el taller. Mi trabajo en principio era ayudarles a construir y utilizar las herramientas peligrosas (no había trabajado con madera en mi vida), pero al final acabaron ayudándome mas ellos a mí que yo a ellos, la mayoría me dejaron impresionados con el talento que tenían para construir aviones, robots, coches, barcos…. El futuro de la ingeniería checa está en buenas manos.
Pero de entre todos ellos el que más me ha enseñad ha sido Sam, el que está a mi lado en la foto, tenía problemas para relacionarse con sus compañeros y para obedecer, siempre inquieto y de un lado para otro, veía el mundo de otra manera y necesitaba de una atención especial. Aun sin saber muy bien porque yo era una de las pocas personas a las que escuchaba, ya que ni yo hablo checo ni el inglés, pero durante esa semana fuimos hermano mayor hermano pequeño, guiándolo para que se integrara de la mejor manera posible con sus compañeros y que disfrutara del campamento como lo que es, un niño más que no tiene ningún tipo de maldad y solo quiere jugar.